Lo que todo músico piensa en secreto durante el concierto de otro.
Igual que los profesores pueden ser los peores alumnos, los músicos pueden ser el peor público. Sí, nos gustaría pensar que damos ejemplo, pero la realidad es mucho más cínica. Somos criaturas volubles, nuestro orgullo apenas enmascarado por una fina capa de modestia. Cuando vamos a “apoyar” a otros artistas, esa capa desaparece revelando los duros juicios que oculta.
Advertencia: Esta lista no se aplica a todos los músicos, claro, pero describe lo que muchos de nosotros somos culpables de pensar cuando estamos en el concierto de otro.
Juzgamos el equipo
Mientras espero que los músicos salgan al escenario, examino el equipo. Da igual tu estilo de música, posiblemente haces lo mismo – estudiar el saxo, el sampler, los amplis.
Como guitarrista, estudio el panel de cajas de brillantes colores situadas junto a los pies de micro. El elitismo de los pedales de efectos es una de las formas más refinadas de esnobismo que nos gusta practicar, algunas marcas baratas están prácticamente prohibidas entre los músicos que se consideran (y desean ser considerados) profesionales, algunas grandes marcas son denostadas por ser opciones “faltas de inspiración” o “obvias”, las marcas de alta gama se descartan por “innecesarias” (¿sabías, por ejemplo que el MXR Carbon Copy de 130 libras esterlinas se dice que es virtualmente indistinguible del Dr Tone DLY101 de 30 libras?) y marcas más oscuras se reservan para los fanáticos.
Nuestra atención rápidamente se vuelve hacia las guitarras. De una manera u otra, encontraremos una manera de criticarlas: o son demasiado caras, y por tanto una “pose”, o no lo suficientemente caras, y por tanto la señal de un novato. Más o menos lo mismo pasa con la batería, incluso antes de escuchar nada puedes decidir si se trata de un fanfarrón que nunca llegará a usar sus cinco platos extra, o si será aburrido ver a alguien con solo un tom y un crash.
Juzgamos al resto de miembros del público
Hay dos criterios por los que juzgamos a los otros miembros del público: cantidad y calidad.
En cuanto a venta de entradas, tener una gran asistencia es un éxito en la práctica pero eso no nos impedirá poner objeciones. La mitad de esa gente deben ser parientes, que no cuentan porque se ven obligados a venir por imperativo genético. Si eso falla, siempre podemos decir que la buena entrada se debe a un “concurso de popularidad”.
Naturalmente, es más fácil criticar una baja asistencia: “No te preocupes”, le diremos al artista, “esto solo significa que todos los que están son verdaderos fans”. Pero sabemos que no es cierto.
La calidad del público también puede ser la base para arrugar rápidamente la nariz. Si vemos que alguien lleva, digamos, una camiseta de los Ramones que compró en Primark, pensamos que podemos echártelo en cara: solo gente que lleva camisetas de bandas de las que son realmente fans debería ser admitida en NUESTROS conciertos. A menos, claro, que necesitemos vender entradas.
Inmediatamente reaccionamos a cualquier error
Es fácil lanzar piedras cuanto estamos entre el público. Buscamos algo que suene mal, por insignificante que pueda parecer a los no músicos que nos rodean. Una nota aguda forzada que se pierde en la garganta del vocalista, un torpe, erróneo, redoble de tambor o un lick que desafina la guitarra son música para nuestros oídos, aunque no lo sean para nadie más.
Si se trata de una banda con poca experiencia que no están haciendo justicia a las canciones que versionan, nos sentimos superiores. E incluso podemos sugerir magnánimamente que por lo menos están mostrando un atisbo de potencial. “Ah”, podemos decir, “recuerdo también mi primera vez”. Si es una banda menos afortunada que se enfrentan a un fallo técnico, nos complacemos en la desgracia ajena. Al menos eso a nosotros no nos pasa, ¿no? Dios, imagina tener tan mala suerte.
Pero si estamos viendo a un grupo de auténticos profesionales que lo están bordando, simplemente no nos parece justo. ¿Por qué no se le rompen las cuerdas al guitarrista? ¿Por qué no se le escapan las baquetas al batería? Aquí es donde podemos sentirnos un poco mejor diciendo cosas como “¿no os parece todo demasiado perfecto?” y “no es rock’n’roll sin un poco de riesgo; aquí van demasiado a lo seguro”. ¡Cómo se atreven a ensayar tanto y no hacer al menos una cosa mal!
Pensamos que somos dueños de las canciones que tocamos
Si hacemos regularmente una versión en nuestro set, con el tiempo le agregamos nuestras particularidades, y empieza a ser algo nuestro. Tanto, que cuando escuchamos la versión de otra banda, es difícil no sentirse un poco violento. Ellos claramente no entienden la canción tan bien como nosotros, y probablemente, para empezar, tomaron de nosotros la idea de hacer esa canción.
Qué insultante es, por tanto, que no entiendan correctamente la canción. Por ejemplo, las bandas que versionan “Sweet Child o’ Mine” en el tono original de Re bemol mientras mantienen la afinación estándar no entienden nada, igual que las bandas que dejan que el bajista empiece en su cover de “Seven Nation Army”.
Dicho esto, los hipócritas de nosotros no nos lo pensaríamos dos veces a la hora de pillar una canción que nos gusta del set de otra banda y darle nuestro tratamiento personal. ¡Después de todo, ellos no son dueños de la canción!
Intentamos no entusiasmarnos
No dar muestras ni física ni emocionalmente. Nos convertimos en objetos inanimados. Intentar no bailar al compás de un ritmo insistente es una habilidad en sí misma, una que cultivamos cuidadosamente. Y es muy fácil denunciar cualquier emoción que se muestre durante una canción como consecuencia de “ir puesto”. Especialmente si es una banda de versiones: ¿cómo puede ser que una canción que ni siquiera es tuya te emocione cada vez que la cantas?
De igual modo, rechazamos rotundamente reír con cualquier comentario gracioso o chiste dicho desde el escenario, o a impresionarnos por cualquier historia o aventura: con suerte, obtendrán una risita irónica. Pero nos reservamos el derecho a amargarnos si alguien nos da el mismo tratamiento cuando nos llegue el turno.
Odiamos los solos
Un crimen más atroz que alardear de tu carísimo equipo es alardear de tu técnica musical. A menos que seas músico de jazz, y por tanto exento de esta regla y animado activamente a aprovechar tu gran momento, mejor que te metas en tus asuntos. Estar “concentrado” no es tan divertido para nadie más que para ti, y normalmente, si somos honestos, te hacer parecer un poco raro. “Vinimos a ver a la banda”, decimos, mirándonos entre nosotros, “no a un segundo Jimi Hendrix”.
Sí, podemos estar algo impresionados por un talento en bruto (nunca te lo diremos), quizá incluso intimidados (nunca lo reconoceremos ante nadie), pero encontraremos la manera de mantener la moral alta, porque te atreviste a no ser modesto.
A cierto nivel, los músicos sobrevivimos a base de extraer el éxito de nuestros compañeros, de forma similar a los vampiros o las sanguijuelas. No pretendemos ser crueles, quizá más sensibles que la mayoría a aquellos que llegan más allá de sus posibilidades. Después de todo solo hay una pendiente que lleva hasta la cima, y no somos demasiado orgullosos para sujetar unos cuantos tobillos mientras ascendemos.
¿Cómo se ha manifestado tu propia mezquindad, celos o inseguridad durante el concierto de otro? Cuéntanoslo en los comentarios.